Cuando eres diagnosticada de endometriosis, una de las preguntas que más puedes escuchar es: ¿tanto te duele?…
La respuesta en la gran mayoría de los casos es SI. Evidentemente el umbral del dolor es distinto en cada persona, pero en la endometriosis, si hay algo común para todas, es un dolor que te rompe por dentro.
Es difícil de definir, ya que el dolor es tal que llega a paralizar tu vida. Cada afectada lo puede definir con sus palabras, está claro, pero lo que es común, es el dolor que parece que te va rompiendo por dentro poco a poco en todos los sentidos.
Al hablar de dolor no solo hablamos del físico (de la analgesia que no funciona y que te lleva a tener que soportar niveles muy intensos de dolor, de las visitas al hospital de forma recurrente, de las continuas operaciones, de los efectos secundarios provocados por los tratamientos hormonales… ) sino me refiero, a ese dolor silencioso que te acompaña día y noche, año tras año, y que muy pocos conocen de él. Es un dolor en lo más profundo de ti, por todo aquello en lo que la enfermedad está limitando y condicionando tu vida.
Desde que apareció la primera menstruación no eres consciente del calvario que vas a comenzar a vivir. Conforme pasen los años la enfermedad irá avanzando y las limitaciones cada vez serán más evidentes, afectara en lo social, dado que en muchas ocasiones no puedes hacer lo mismo que hacen el resto de chicas de tu edad, esto en muchos casos te puede llevar a sentirte sola, por no decir de la primera pareja que te abandona por no entender el no poder mantener relaciones sexuales con normalidad.
Llega la etapa laboral, son muchos días en los que te sientes tan mal que no tienes fuerzas ni para levantarte de la cama, y te preguntas “¿Cómo lo hago para ir a trabajar?”. Las bajas prolongadas pueden llegar a despidos, en otros casos a no poder llegar a aquellas metas laborales que te habías ido planteando a lo largo de tu carrera.
Te vas dando cuenta que sientes tu vida controlada por una enfermedad, hasta en uno de los temas más importantes para una mujer, SER MADRE. No lo consigues de forma natural y comienzan los tratamientos, con todo lo que ello supone. Tu quieres luchar, pero hay muchos momentos en los que ya no tienes fuerzas, no físicas, sino a nivel emocional. Sientes un sentimiento de vacío y tristeza que te invade y acompaña. Aparece la apatía, frustración y en muchos momentos la rabia por tener esta maldita enfermedad. La odias con todas tus fuerzas, ya no es el dolor y las limitaciones sino que «tampoco me vas a permitir ser madre, algo con lo que he soñado desde que tenía 13 años y cuidaba a mis primas pequeñas. No es justo, no lo merezco».
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